Los hospitales, sanatorios y otros centros médicos tienen fama de conservar entre sus muros algunos de los episodios más escalofriantes de la fenomenología parapsicológica. Y si están abandonados y en lugares yermos, la creencia en algo sobrenatural se alimenta.
El antiguo sanatorio para tuberculosos de Agraminte, alos pies del monte Moncayo (Aragón), se ha ganado fama de "encantado" por los fenómenos que siguen desconcertando a los investigadores y que no sólo se nutre de la leyenda.
Nuestro equipo ha estado en manicomios y hospitales abandonados en varios lugares de España y Ámerica, pero debemos confesar que el sanatorio de Agramonte nos impresionó más que otros lugares. Quizás sus amplios y numerosos pasillos abandonados, su aislamiento geográfico y su capilla, construida por Franco, hicieron crecer nuestro asombro ante los recovecos de lo desconocido. Era fácil imaginar a los enfermos al ver aquellos restos de camas de hierro oxidadas o caminar por las terrazas donde solían tomar el sol y el viesto gélido procedente del Moncayo.
El sanatorio estuvo en funcionamiento hasta el día 30 de septiembre de 1978.
Entonces ya no tenía razón de existir, pues quedaban pocos enfermos y la profilaxis y tratamientos de tuberculosis ya estaban muy desarrollados.
Las inmensas dependencias quedaron totalmente abandonadas y no fueron reaprovechadas. Quizá se quisiera olvidar el sufrimiento y las penas de los que un día allí habitaron.
Su historia se remonta a principios del siglo XX, cuando aquel terreno era un pequeño refugio para montañistas y excursionistas. Durante la Segunda República se erigió un hotel con algú lujo y confort, pero la Guerra Civil puso fin a este incipiente centro turístico. Una leyenda que circula entre los campesinos da cuenta de que el personal del hotel fue violado y asesinado a sangre fría, lo que transformó auel rincón en un sitio maldito menos para el general Francisco Franco. Después de la contienda, decidió convertir aquel hotel en un sanatorio para enfermos de tuberculosis. De él se hicieron responsables las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Sin pausa ni descanso, ellas se dedicaron a velar por los enfermos más pobres aquejados de aquel mal que aún no tenía remedio.
"Yo conocí el sanatorio entre 1955 y 1960, en plena actividad. Me acuerdo que a las doce tocaba una campanita y las hermanas se retiraban a la oración, y era el momento en que los enfermos tenían una hora de paseo libre. Se procuraba aislarlos de gente que fuera para evitar un posible contagio", recuerda Ignacio Gómez, guarda forestal del parque natural del Moncayo, delante de las ruinas del sanatorio.
El guarda forestal también recuerda que el sanatorio poseía un buen equipo de médicos que venían de Zaragoza, y que existía un quirófano en uno de los edificios. Actualmente el lugar está abandonado y pertenece al Ayuntamiento de Tarazona, que aún no sabe que hacer con él. A causa del vansalismo, Gómez y otros vigilantes están permanentemente atentos para espantar a los gamberros que allí acuden. "He encontrado hasta ataúdes en el camino de tierra hasta el sanatorio, y muchos richos han sido violados en el pequeño cementerio de los tuberculosos, con los cráneos tirados por los suelos", me decía Gómez balanceando negativamente su cabeza.
Las personas que contaban con pocos recursos económicos se acercaban hasta el sanatorio con la esperanza de que el clima montañés pudiera devolverles la salud perdida. Sin embargo, algunos morían y sus familias no podían sufragar los gastos del traslado del cuerpo hasta su sitio de origen. Entonces los enterraban en un pequeño cementerio adosado al sanatorio. Pudimos contar 47 nichos vacíos, pues tras el abandono del centro hospitalario los parientes se llevaron los restos mortales de los suyos -especialmente mujeres- a otros lugares.
Las viejas fotos muestran a mujeres enfermas alineadas en camillas y cubiertas con mantas sobre una larga terraza levantada delante del Moncayo. Sus rostros parecían sonreir, aunque por dentro sus pulmones estuvieran carcomidos por el entonces temido bacilo de Koch. Lo peor es que la tuberculosis también atacaba a los huesos, articulaciones, intestinos y varios órganos del cuerpo humano.
Otro testigo de aquellos tiempos es el físico Miguel Álvarez Garós, que recuerda cómo las monjas sacaban a las azoteas a los enfermos. En su mente de niño conserva la imagen de los campamentos, a los que él y sus amigos acudían, al lado del sanatorio Agramonte. En estos tiempos, cuando tenía 11 años, Garós sufrió una experiencia de la que jamás podrá olvidarse.
Dormía con otros seis niños en una tienda de campaña completamente cerrada a causa del intenso frío exterior. Miguel se despertó sobresaltado con la sensación de que le estaban golpeando las piernas con un palo. "Empecé a gritar, desperté a los compañeros de la tienda y llamamos a los rsponsables del campamento", recuerda con amargura, "llevaba las piernas con moraduras..., pudo parecer una pesadilla, pero las piernas sí quedaron con la señal de los golpes..., al mes justo me quedé paralítico de las piernas". En realidad, el futuro físico contrajo una poliomilielitis que le dejó postrado en una silla de ruedas.
El físico considera que todo se debe al Moncayo, un monte sagrado desde tiempos inmemoriales donde, según su concepto, las corrientes telúricas y campos magnéticos pueden desorientar a los seres humanos e incluso producir fenómenos anormales.
UNA NOCHE EN EL SANATORIO
Nuestro equipo acudió a las dependencias abandonadas del sanatorio de Agramonte en una noche fría del otoño de 2006. El sitio está vallado y con acceso prohibido a causa de peligrosidad de sus derruidos techos y suelos, con inminente riesgo de desmoronamiento a causa del abandono. Gracias a la autorización del Ayuntamiento de Tarazona pudimos llevar adelante una "noche de investigación" y el proyecto de The Overlook Tour en Agramonte.
Buscamos un lugar apropiado para instalar varios equipos de investigación paranormal, algunos aportados por el periodista y realizador del programa Aragón mágico (Aragón TV), Ángel Briongos Martínez. El lugar escogido fue el interior de la capilla que Franco ordenó construir en el antiguo hotel republicano.
En su interior encontramos pintadas de corte satánico, como el típico número de la bestia (666) en una pared o una estrella de cinco puntas roja sobre el suelo de la capilla orientada hacia el altar. Se rumorea que una secta aragonesa, la de Los Caballeros del Anticristo, frecuentaba aquel sitio a escondidas para realizar silenciosamente sus rituales. Fuera de la capilla encontramos un grueso árbol derribado sobre el techo del recinto sacro.
Dentro de la capilla, Ángel Briongos y otros investigadores aragoneses habían realizado en anteriores ocasiones psicofonías con sus magnetófonos, y habían podido grabar sonidos que algunos interpretan como del "más allá". "Supuestamente nos respondieron entidades de personas que fallecieron en este lugar, los mismos que venían a rezar en vida a esta caplla. Contestaban a nuestras preguntas y registrabámos sus voces, inaudibles para nosotros pero sí sensibles a las grabadoras digitales y analógicas. Las voces que catamos nos llamaban por nuestros nombres, como Brayan, Inma, etcétera. Todavía siento escalofríos cuando oigo estas grabaciones", me confesaba Ángel Briongos, poniéndose los auriculares para empezar una nueva sesión de registros psicofónicos.
Durante tales sesiones se suelen formular preguntas destinadas a las almas de los muertos del sanatorio."Una de las preguntas que realizamos era: '¿Hay alguien aquí?'. Y a esa pregunta nos respondieron: 'Me estoy poniendo enfermo'. Esto apareció después de registrar dos golpes inexplicables que no sabemos de dónde surgieron". A veces los investigadores recibían avisos de forma amenazante, como una voz que decía: "¡Párate!". "Quizá ordenaba que paráramos la grabación, no lo sé exactamente", me decía Briongos.
Otro de los hechos curiosos en el transcurso de las investigaciones de Briongos fueron golpes muy potentes "como si alguien estuviera glpeando fuertemente una pared, haciendo temblar el edificio". El dia 21 de enero de 2006 el investigador aragonés captó, en una grabación, un golpeteo, como si alguien golpeara por cinco veces cnsecutivas el microfóno del magnetófono pero sin que se pudiera ver el agente causante.
Otro investigador, Raul Lorente Carballar, me contó qye estuvo por primera vez en el sanatorio en 1999 y el año siguiente captó una psicofonía que decía lo siguiente: "No podeis vernos". "Lo curioso", cuenta Carballar, "es que esto salió a raiz de que nosotros estabamos manipulando las cámaras fotográficas, las de vídeo y otros aparatos...".
En otra ocasión el joven investigador registró una voz bastante contundente que decía: "¡Marchaos!". Atemorizados con la situación decidieron recoger todos los equipos y marcharse. Otro compañero de investigaciones, Sergio Gómez Gornaz, asevera que, en un pasillo cercano a la capilla, se vi presa del pánico: "Íbamos alumbrando con la linterna y de pronto, se me apagó. Se me había fundido la bombilla y la llama del mechero se me apagaba si que hubiera viento. No sé si todo esto nos sugestionó y lo atribuimos a una fuerza sobrenatural o si realmente alguien nos sugestionó y lo atribuimos a una fuerza que nosotros siguiéramos investigando".
Entre los materiales que The Overlook Tour transportó hasta el sanatonrio se encontraban dos unidades electrógenas que usábamos para poder alimentar los focos y monitores, además de cámaras de infrarrojos, de termovisión, ordenadores sensores de movimiento y, especialmente, la inestimable presencia de una médium zaragozana, la joven María José Serrano.
Nada más entrar en la sala donde está un enorme horno que las religiosas usaban para hervir la ropa de los enfermos, María José presintió algo extraño. "He visto al espiritú de un señor de unos 60 años que se llamaba Alfredo. No me ha causado trastorno, pues era una buena persona, pero me ha dicho que "al otro lado" estaba el peligro. Que tuviésemos cuidado y que había seres aquí que no están tranquilos, que no descansan, porque no tenían su sitio, no tenían su lugar, nos decía la médium en medio de la oscuridad tan sólo inmaculada por los focos de nuestras linternas.
Subimos a la terraza principal del sanatorio, allí donde descansaban los enfermos. La médium indicó: "He visto varios seres, no han querido acercarse pue estaban un poquito asustados". De hecho, a uno de los sensores de movimiento que llevábamos, y que estaba sobre la terraza, le saltó la alarma. ¿Simple casualidad?
Le preguntamos a María José cómo veía tales entidades y nos explicó que tal como eran en vida. "Pero lo hacían para no asustarme. Es una forma que ellos tienen para conectar primero, pero luego se muestran tal como han muerto. Puedo llegar a vrlos con los pulmones destrozados, con sangre o con la zona determinada que se ha deteriorado", dijo provocando inevitables escalofríos entre los presentes en la terraza.
En la capilla nos sentamos alrededor del pentáculo dibujado por alguna secta y la médium ofició una sesión. Agarrados de las manos, todos nos concentramos para que ella pudiera captar "algo raro" en el recinto sagrado. "El espíritu de una mujer, llamada Carmen, me dijo varias cosas sobre su vida. Yo sentía angusia, dolor interior, sentía una especie de agonía. sta persona, cuaqndo murió, sufrió mucho, y no estaba sola en su sufrimiento...".
Sumándose a esto, la médium nos contó que pudo ver la imagen de "unos doctores vestidos con bata blanca, como a la antigua usanza..., uno era muy alto y el otro más bajo, y el espíritu de esta mujer (Carmen) me decía que les habían hecho daño...". Entre estas visiones tan particulares cmo subjetivas, María José vio una especie de "energía oscura" que impedía a los espíritus acercarse más.
Durante la peculiar sesión los supuestos espíritus de los muertos del sanatorio contaron a la médium que había alguien enterrado en el jardín situado debajo de la terraza principal. Nuestro grupo se levantó y empezó a seguir a María José, aún en trance, por los pasillos en busca de aquellos presuntos restos mortales. La vidente se detuvo en el exterior del edificio, ante una suerte de nicho protector de las cañerías. ¿Habría realmente alguien enterrado allí?
El antiguo sanatorio para tuberculosos de Agraminte, alos pies del monte Moncayo (Aragón), se ha ganado fama de "encantado" por los fenómenos que siguen desconcertando a los investigadores y que no sólo se nutre de la leyenda.
Nuestro equipo ha estado en manicomios y hospitales abandonados en varios lugares de España y Ámerica, pero debemos confesar que el sanatorio de Agramonte nos impresionó más que otros lugares. Quizás sus amplios y numerosos pasillos abandonados, su aislamiento geográfico y su capilla, construida por Franco, hicieron crecer nuestro asombro ante los recovecos de lo desconocido. Era fácil imaginar a los enfermos al ver aquellos restos de camas de hierro oxidadas o caminar por las terrazas donde solían tomar el sol y el viesto gélido procedente del Moncayo.
El sanatorio estuvo en funcionamiento hasta el día 30 de septiembre de 1978.
Entonces ya no tenía razón de existir, pues quedaban pocos enfermos y la profilaxis y tratamientos de tuberculosis ya estaban muy desarrollados.
Las inmensas dependencias quedaron totalmente abandonadas y no fueron reaprovechadas. Quizá se quisiera olvidar el sufrimiento y las penas de los que un día allí habitaron.
Su historia se remonta a principios del siglo XX, cuando aquel terreno era un pequeño refugio para montañistas y excursionistas. Durante la Segunda República se erigió un hotel con algú lujo y confort, pero la Guerra Civil puso fin a este incipiente centro turístico. Una leyenda que circula entre los campesinos da cuenta de que el personal del hotel fue violado y asesinado a sangre fría, lo que transformó auel rincón en un sitio maldito menos para el general Francisco Franco. Después de la contienda, decidió convertir aquel hotel en un sanatorio para enfermos de tuberculosis. De él se hicieron responsables las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Sin pausa ni descanso, ellas se dedicaron a velar por los enfermos más pobres aquejados de aquel mal que aún no tenía remedio.
"Yo conocí el sanatorio entre 1955 y 1960, en plena actividad. Me acuerdo que a las doce tocaba una campanita y las hermanas se retiraban a la oración, y era el momento en que los enfermos tenían una hora de paseo libre. Se procuraba aislarlos de gente que fuera para evitar un posible contagio", recuerda Ignacio Gómez, guarda forestal del parque natural del Moncayo, delante de las ruinas del sanatorio.
El guarda forestal también recuerda que el sanatorio poseía un buen equipo de médicos que venían de Zaragoza, y que existía un quirófano en uno de los edificios. Actualmente el lugar está abandonado y pertenece al Ayuntamiento de Tarazona, que aún no sabe que hacer con él. A causa del vansalismo, Gómez y otros vigilantes están permanentemente atentos para espantar a los gamberros que allí acuden. "He encontrado hasta ataúdes en el camino de tierra hasta el sanatorio, y muchos richos han sido violados en el pequeño cementerio de los tuberculosos, con los cráneos tirados por los suelos", me decía Gómez balanceando negativamente su cabeza.
Las personas que contaban con pocos recursos económicos se acercaban hasta el sanatorio con la esperanza de que el clima montañés pudiera devolverles la salud perdida. Sin embargo, algunos morían y sus familias no podían sufragar los gastos del traslado del cuerpo hasta su sitio de origen. Entonces los enterraban en un pequeño cementerio adosado al sanatorio. Pudimos contar 47 nichos vacíos, pues tras el abandono del centro hospitalario los parientes se llevaron los restos mortales de los suyos -especialmente mujeres- a otros lugares.
Las viejas fotos muestran a mujeres enfermas alineadas en camillas y cubiertas con mantas sobre una larga terraza levantada delante del Moncayo. Sus rostros parecían sonreir, aunque por dentro sus pulmones estuvieran carcomidos por el entonces temido bacilo de Koch. Lo peor es que la tuberculosis también atacaba a los huesos, articulaciones, intestinos y varios órganos del cuerpo humano.
Otro testigo de aquellos tiempos es el físico Miguel Álvarez Garós, que recuerda cómo las monjas sacaban a las azoteas a los enfermos. En su mente de niño conserva la imagen de los campamentos, a los que él y sus amigos acudían, al lado del sanatorio Agramonte. En estos tiempos, cuando tenía 11 años, Garós sufrió una experiencia de la que jamás podrá olvidarse.
Dormía con otros seis niños en una tienda de campaña completamente cerrada a causa del intenso frío exterior. Miguel se despertó sobresaltado con la sensación de que le estaban golpeando las piernas con un palo. "Empecé a gritar, desperté a los compañeros de la tienda y llamamos a los rsponsables del campamento", recuerda con amargura, "llevaba las piernas con moraduras..., pudo parecer una pesadilla, pero las piernas sí quedaron con la señal de los golpes..., al mes justo me quedé paralítico de las piernas". En realidad, el futuro físico contrajo una poliomilielitis que le dejó postrado en una silla de ruedas.
El físico considera que todo se debe al Moncayo, un monte sagrado desde tiempos inmemoriales donde, según su concepto, las corrientes telúricas y campos magnéticos pueden desorientar a los seres humanos e incluso producir fenómenos anormales.
UNA NOCHE EN EL SANATORIO
Nuestro equipo acudió a las dependencias abandonadas del sanatorio de Agramonte en una noche fría del otoño de 2006. El sitio está vallado y con acceso prohibido a causa de peligrosidad de sus derruidos techos y suelos, con inminente riesgo de desmoronamiento a causa del abandono. Gracias a la autorización del Ayuntamiento de Tarazona pudimos llevar adelante una "noche de investigación" y el proyecto de The Overlook Tour en Agramonte.
Buscamos un lugar apropiado para instalar varios equipos de investigación paranormal, algunos aportados por el periodista y realizador del programa Aragón mágico (Aragón TV), Ángel Briongos Martínez. El lugar escogido fue el interior de la capilla que Franco ordenó construir en el antiguo hotel republicano.
En su interior encontramos pintadas de corte satánico, como el típico número de la bestia (666) en una pared o una estrella de cinco puntas roja sobre el suelo de la capilla orientada hacia el altar. Se rumorea que una secta aragonesa, la de Los Caballeros del Anticristo, frecuentaba aquel sitio a escondidas para realizar silenciosamente sus rituales. Fuera de la capilla encontramos un grueso árbol derribado sobre el techo del recinto sacro.
Dentro de la capilla, Ángel Briongos y otros investigadores aragoneses habían realizado en anteriores ocasiones psicofonías con sus magnetófonos, y habían podido grabar sonidos que algunos interpretan como del "más allá". "Supuestamente nos respondieron entidades de personas que fallecieron en este lugar, los mismos que venían a rezar en vida a esta caplla. Contestaban a nuestras preguntas y registrabámos sus voces, inaudibles para nosotros pero sí sensibles a las grabadoras digitales y analógicas. Las voces que catamos nos llamaban por nuestros nombres, como Brayan, Inma, etcétera. Todavía siento escalofríos cuando oigo estas grabaciones", me confesaba Ángel Briongos, poniéndose los auriculares para empezar una nueva sesión de registros psicofónicos.
Durante tales sesiones se suelen formular preguntas destinadas a las almas de los muertos del sanatorio."Una de las preguntas que realizamos era: '¿Hay alguien aquí?'. Y a esa pregunta nos respondieron: 'Me estoy poniendo enfermo'. Esto apareció después de registrar dos golpes inexplicables que no sabemos de dónde surgieron". A veces los investigadores recibían avisos de forma amenazante, como una voz que decía: "¡Párate!". "Quizá ordenaba que paráramos la grabación, no lo sé exactamente", me decía Briongos.
Otro de los hechos curiosos en el transcurso de las investigaciones de Briongos fueron golpes muy potentes "como si alguien estuviera glpeando fuertemente una pared, haciendo temblar el edificio". El dia 21 de enero de 2006 el investigador aragonés captó, en una grabación, un golpeteo, como si alguien golpeara por cinco veces cnsecutivas el microfóno del magnetófono pero sin que se pudiera ver el agente causante.
Otro investigador, Raul Lorente Carballar, me contó qye estuvo por primera vez en el sanatorio en 1999 y el año siguiente captó una psicofonía que decía lo siguiente: "No podeis vernos". "Lo curioso", cuenta Carballar, "es que esto salió a raiz de que nosotros estabamos manipulando las cámaras fotográficas, las de vídeo y otros aparatos...".
En otra ocasión el joven investigador registró una voz bastante contundente que decía: "¡Marchaos!". Atemorizados con la situación decidieron recoger todos los equipos y marcharse. Otro compañero de investigaciones, Sergio Gómez Gornaz, asevera que, en un pasillo cercano a la capilla, se vi presa del pánico: "Íbamos alumbrando con la linterna y de pronto, se me apagó. Se me había fundido la bombilla y la llama del mechero se me apagaba si que hubiera viento. No sé si todo esto nos sugestionó y lo atribuimos a una fuerza sobrenatural o si realmente alguien nos sugestionó y lo atribuimos a una fuerza que nosotros siguiéramos investigando".
Entre los materiales que The Overlook Tour transportó hasta el sanatonrio se encontraban dos unidades electrógenas que usábamos para poder alimentar los focos y monitores, además de cámaras de infrarrojos, de termovisión, ordenadores sensores de movimiento y, especialmente, la inestimable presencia de una médium zaragozana, la joven María José Serrano.
Nada más entrar en la sala donde está un enorme horno que las religiosas usaban para hervir la ropa de los enfermos, María José presintió algo extraño. "He visto al espiritú de un señor de unos 60 años que se llamaba Alfredo. No me ha causado trastorno, pues era una buena persona, pero me ha dicho que "al otro lado" estaba el peligro. Que tuviésemos cuidado y que había seres aquí que no están tranquilos, que no descansan, porque no tenían su sitio, no tenían su lugar, nos decía la médium en medio de la oscuridad tan sólo inmaculada por los focos de nuestras linternas.
Subimos a la terraza principal del sanatorio, allí donde descansaban los enfermos. La médium indicó: "He visto varios seres, no han querido acercarse pue estaban un poquito asustados". De hecho, a uno de los sensores de movimiento que llevábamos, y que estaba sobre la terraza, le saltó la alarma. ¿Simple casualidad?
Le preguntamos a María José cómo veía tales entidades y nos explicó que tal como eran en vida. "Pero lo hacían para no asustarme. Es una forma que ellos tienen para conectar primero, pero luego se muestran tal como han muerto. Puedo llegar a vrlos con los pulmones destrozados, con sangre o con la zona determinada que se ha deteriorado", dijo provocando inevitables escalofríos entre los presentes en la terraza.
En la capilla nos sentamos alrededor del pentáculo dibujado por alguna secta y la médium ofició una sesión. Agarrados de las manos, todos nos concentramos para que ella pudiera captar "algo raro" en el recinto sagrado. "El espíritu de una mujer, llamada Carmen, me dijo varias cosas sobre su vida. Yo sentía angusia, dolor interior, sentía una especie de agonía. sta persona, cuaqndo murió, sufrió mucho, y no estaba sola en su sufrimiento...".
Sumándose a esto, la médium nos contó que pudo ver la imagen de "unos doctores vestidos con bata blanca, como a la antigua usanza..., uno era muy alto y el otro más bajo, y el espíritu de esta mujer (Carmen) me decía que les habían hecho daño...". Entre estas visiones tan particulares cmo subjetivas, María José vio una especie de "energía oscura" que impedía a los espíritus acercarse más.
Durante la peculiar sesión los supuestos espíritus de los muertos del sanatorio contaron a la médium que había alguien enterrado en el jardín situado debajo de la terraza principal. Nuestro grupo se levantó y empezó a seguir a María José, aún en trance, por los pasillos en busca de aquellos presuntos restos mortales. La vidente se detuvo en el exterior del edificio, ante una suerte de nicho protector de las cañerías. ¿Habría realmente alguien enterrado allí?
- EN PRIMERA PERSONA
Durante toda la noche y madrugada deambulamos por las muchas estancias del enorme sanatorio oyendo ventanas y puertas que el viento golpeaba y nos provocaban frecuentes sobresaltos. Restos de camas, armarios y hasta de viejos periódicos cubrían el suelo de algunas habitaciones. Aunque no fuéramos capaces de ver supuestamente a los muertos como María José, era fácil imaginarlos por allí, en aquel ambiente tan cargado de recuerdos del pasado.
Lo cierto es que una peculiar maldición se abatió sobre nuestro equipo. Al amanecer, el operador de cámara, su ayudante y yo nos dirigimos hasta el pequeño cementerio contiguo al sanatorio. Cruzamos el umbral de su portal de hierro y empezamos a grabar los nichos vacíos. Al día suguiente el ayudante acudía a urgencias con el cuerpo cubieros de ronchas amoratadas. Una inyección impidió un shock y luego se fue a reposar a casa. El cámara también presentó marcas semejantes sobre el cuerpo: se trataba de virulentas picaduas de pulgas que se cebaron sobre los dos compañeros.
La plaga se extendió por nuestros hogares y en algún caso fue necesaria una fumigación. Con el que escribe estas líneas nada pasó, pero lo cierto es que la maldición del sanatorio se cernió sobre aquellos que presuntamente habíamos penetrado en sus espacios sagrados, especialmente el del estiércol de cabara que cubría el cementerio de Agramonte.
Lo cierto es que una peculiar maldición se abatió sobre nuestro equipo. Al amanecer, el operador de cámara, su ayudante y yo nos dirigimos hasta el pequeño cementerio contiguo al sanatorio. Cruzamos el umbral de su portal de hierro y empezamos a grabar los nichos vacíos. Al día suguiente el ayudante acudía a urgencias con el cuerpo cubieros de ronchas amoratadas. Una inyección impidió un shock y luego se fue a reposar a casa. El cámara también presentó marcas semejantes sobre el cuerpo: se trataba de virulentas picaduas de pulgas que se cebaron sobre los dos compañeros.
La plaga se extendió por nuestros hogares y en algún caso fue necesaria una fumigación. Con el que escribe estas líneas nada pasó, pero lo cierto es que la maldición del sanatorio se cernió sobre aquellos que presuntamente habíamos penetrado en sus espacios sagrados, especialmente el del estiércol de cabara que cubría el cementerio de Agramonte.
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