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martes, 1 de diciembre de 2009

EL CEMENTERIO DE CÁDIZ

Los cementerios ejercen una gran fascinación entre todos los vivos, en ellos no sólo descansan nuestros amigos y seres más queridos, sino también las tumbas, que muchas veces nos hablan de las personas que un día estuvieron entre nosotros.

En muchos camposantos el estertor de la muerte se convierte en una afirmación de que la vida continúa pues los que se fueron se manifiestan entre nosotros de las maneras más sorprendentes.

Uno de los camposantos de la ciudad andaluza de Cádiz es muy conocido porque a él fueron a parar los 152 fallecidos que hubo en la terrible explosión de un cuartel militar en 1947. Sin embargo, su historia trágica viene de mucho más atrás, en concreto desde principios del siglo XIX cuando una terrible epidemia colapsa por primera vez este lugar de descanso eterno. En 1992 ya no había espacio ni para una sola tumba más. A partir de este instante sus nichos empiezan a vaciarse para transportar los restos humanos a otros cementerios de la ciudad.
En la actualidad está a punto de ser completamente destruido para que su espacio sea ocupado por un parque público donde se construirá una pirámide que lleve inscritos los nombres de los miles de gaditanos que reposaron en él.

Desde hace décadas hay rumores acerca de la existencia de fenómenos extraños en su interior. Pero no fue hasta los años noventa que este tipo de historias pudieron ser comprobadas y sacadas a la luz.

El vigilante de seguridad Alfonso Cozar Romero entró a prestar servicio en el citado lugar en el año 1991 y desde que comenzó a trabajar ya escuchó diversos rumores que hablaban de apariciones insólitas y de ruidos inexplicables de madrugada. Sin embargo, este hombre experto en todo tipo de tareas relacionadas con la seguridad no le dio importancia a los comentarios de sus compañeros. Hasta que una noche, sentado en la caseta que se encuentra muy cerca de la entrada, sintió un fuerte golpe en la espalda, Alfonso se giró pero ante su asombro no pudo ver a nadie, lo que contempló fue cómo un ruido inquietante se adueñaba de la estancia a la vez que se movían de forma descontrolada los objetos que tenía encima de la mesa. Recuerda también que una tarde de verano pudo contemplar justo a la hora de cerrar el cementerio al público, tras dar la ronda de costumbre para que nadie se quedara dentro, vio a lo lejos a un hombre joven que vestía con pantalón azul y camiseta a rayas como las que llevaban los marineros.
El chico le hacía gestos con su mano a la vez que mostraba una mirada extraña y perdida. Alfonso se dirigió hacia él, pero al observar de nuevo el sitio donde apareció el joven, contempló atónito que éste no estaba. Echó a correr para ver si era un gamberro que quería colarse dentro. Con la linterna en la mano iba donde había visto al chico, hasta que asustado comprobó cómo en uno de los nichos estaba la foto del fantasma que había observado.

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